Hace un tiempo mi amiga Milena me preguntó algo que me puso contra las cuerdas ¿Qué deberían llevar en su mochila de vida los niños, las niñas y los adolescentes de hoy? Enseguida me puse en tensión. Era la misma pregunta que me hacía desde que en mi entorno inmediato con mis propios hijos estaba formulándomela y no pude, sino al cabo de 4 semanas de darle vueltas atreverme a una respuesta.
La primera cosa es mirar la realidad, estar presente en la realidad de los NNA y saber qué caracteriza su propio contexto. Sin duda son generaciones hiperconectadas, consumidores de tiktokers, youtubers e influencers. Con más concentración en las Kardashians que en su propio territorio. Es decir su cotidianidad está traspasada por la información y las tendencias de contenido en línea y su día a día habitual y común, esto último más plausible dado el confinamiento que para todos tiene rasgos distintos. En esto hemos, ciertamente, estamos ante la viva realidad. En esta mochila: su celular, tablet, laptop, están desde antes de la pandemia y el confinamiento.
Son generaciones gregarias y viven en contacto permanente entre sus pares. Una de las realidades es que nutren sus relaciones con desafíos, curiosidades de toda índoles, un tanto el sueño de ser influencers o de estar en un lugar algo más o menos expuesto y contar sus propias historias. Aquí topamos con una realidad: la Big Data y la IA son más ágiles que los tiernos cerebros de los NNA y proponen ya tendencias a base de contenidos seductores, inconscientes y de calado brutal que direccionan hacia una gama de intereses creados. En esta mochila estarán sus amigos: sus pares con quienes han compartido presencialmente y aquellos que se van sumando en el camino que vienen del conjunto de redes que constituyen sus relaciones o sus followers.
Sustancial en esta mochila: sus relaciones de hogar. No importa cómo esté conformado. Son las personas con las que comparten el espacio, interactúan diariamente, a las que presentan el buenos día y el buenas noches de cada jornada. Si algo nos ha enseñado esta pandemia y su consecuente confinamiento es que el lugar privilegiado es el hogar. A veces más seguro en términos de afecto, sostenibilidad, recursos, a veces no tanto. Esto nos pone de cara a las desigualdades y a las estructuras injustas, opresoras y excluyentes de una economía que busca fragmentar, condicionar y reventar consumo en lugar de repartir e incluir a todos en los bienes que es capaz de producir. Esta mochila tiene también esas relaciones inmediatas del entorno familiar próximo, diario y aquellas que son del primer círculo de relación. Tan sustancial: la solidaridad que nos conecta con la realidad. Ella es la que nos pone un cable a tierra y nos hacer ver la realidad. No vivimos en las pantallas ni en una burbuja de realidad virtual. El otro, el de afuera de casa: ese es más real que cualquier reto en cualquier entretenimiento en línea. Es necesario tomar esa conexión. Obviamente la ciudadanía se construye desde la casa: en unas relaciones sanas y justas entre sus habitantes.
Frente a la pandemia una cosa que llevarán de por vida es la idea del cuidado: el autocuidado y el cuidado de los más cercanos, de los de casa, de aquellos en los que puedan incidir: sus pares, sus amigas y amigos, su círculo de amistad. Se han dicho y seguirán diciendo: cuídante y eso tendrá un efecto potente en el día a día. Sin duda en el arraigo de estas pautas, también estará otro horizonte traspasado por "YHLQMDLG" traspasado por la potencia del impulso juvenil de comerse el mundo y de desafiarlo incluso desafiando al mismo virus. Tensión propia de los años juveniles que resulta en afectar a los propios por un ciego "no ha de pasar nada" o desde una carrera más estratégica de cuidado porque hay que llegar a la vacuna sin novedad. Tensión que nos es transitada en solitario: el mismo entorno de NNA animará o determinará llegar o no a esta meta. Por eso la mirada del cuidado es crucial y es una apuesta a salir del propio mundo de WhatsApp al de la realidad real, empezando por el entorno inmediato y relacional en que uno habita y coexiste.
El cariño: sincero, auténtico, de gestos, miradas, detalles de convivencia e intercambios que solo son posibles cuando no se puede salir de casa como antes o cuando el margen es muy mínimo. En casa solíamos hacer un mantenimiento rutinario del auto (el ABC) 4 veces al año, esta vez ha sido uno solo. ¿Qué ha sucedido? Compartir el tiempo, las comidas, la cocinada, los oficios, y las posibilidades del propio espacios han recuperado ambientes que no tengo sino una memoria de la infancia o de otras épocas. El poder compartir la mesa juntos es todo un regalo. Conversar más, escuchar y compartir el propio pensamiento. Han sido regalos de un tiempo acaso depositado en el transporte o en una falsa idea de productividad y ciertamente de adicción al trabajo. El compartir la mesa o decidir horarios para el encuentro es privilegio de pocos en la otra cotidianidad, solamente posible para aquellos que pueden disfrutarlo: quienes tienen el poder de decidir sobre su horario o viven cerca o les es accesible dirigirse a la mesa familiar. El gran público, almuerza con los amigos y apura rápido en bocado de algo en medio de 30 minutos de receso. Es decir, en esta mochila irán recuerdos de una cotidianidad de hogar muy propios de este tiempo y que quizá resultaban ajenos o de épocas de vacaciones. Nutrir el día a día con gestos de cariño y de afirmación serán la oportunidad de construir futuros recuerdos de armonía, resistencia frente a la amenaza, comprensión y apoyo sustanciales para siempre. En esta mochila la familia estará presente siempre; la de las relaciones sanas y claras de siempre y la de haber compartido el silencio o el confinamiento.
La mochila tendrá la capacidad de ser sensibles ante lo global, lo local y lo familiar. Seguir los grandes acontecimientos, al menos dejarse interpelar por ellos, no importa de qué fuente vengan, pero hemos de ser capaces de compartir nuestra mirada del mundo, del entorno y de la propia "escena". Es lo que sucede si somos capaces de cuidar un espacio compartido para intercambiar miradas. Justamente, uno de los activos más importantes será nuestra capacidad de intercambiar la mirada del mundo: de celebrarlo y de llorarlo. De sorprenderse y de lamentarse. Del vivir (o protegerse) y del morir (cuando vemos que la justificación "nadie estuvo preparado" no puede subsanar el histórico descuido a la salud integral: física, mental y espiritual de personas, familias, sociedades producto de un deliberado optar por lo funcional y no por lo sustancial.
Un elemento sustancial en esta mochila será la capacidad de resiliencia aprendida y modelada por quienes vamos un poco más adelante en el camino. Resistir, no dejarse vencer, mirar más allá de los golpes o dificultades, guardar la esperanza, trabajar por persistir en el sueño o la meta, perdonar, son necesarias para cultivar esta capacidad y en ella, la propia salud mental y espiritual. Esto también es producto de un encuentro con el otro inmediato. Será necesario, pues, no perderlo jamás de vista.
Es mochila, finalmente, será ligera, liviana y entusiasmará llevarla cuando sintamos compañía, compañía auténtica: de carne y hueso que hay que defender siempre la relación directa; o al menos tener la certeza del caminar con, apoyados por los medios tecnológicos, que son medios, no fines. Saber que nuestros NNA son importantes para quienes los queremos y tenemos próximos, que la sociedad los quiere y los cuida (poco o nada se ha hablado de cómo han transitado este tiempo, y mucho menos en realidades donde el desafío puede ser particular si hablamos de discapacidades o exclusiones históricas o situaciones de vulnerabilidad). Queda un honda y cuantiosa factura en manos de todos, de las autoridades y líderes ver en ellas y ellos, a nosotros mismos en cómo reconocemos su presencia, espacio y dinámica y hacia dónde caminan.
La mochila se carga a la espalda: es apoyo y resguardo. La mirada siempre vera hacia adelante, hacia el futuro y los pies, manos, mente y corazón caminan en un ritmo y ruta que no sabemos (y menos ahora) qué traerá, pero sí sabemos qué llevamos y podemos y debemos llevar para vivir, pues el hálito cotidiano y de siempre es vivir, vivir con plenitud e intensidad, con alegría en el encuentro y en el reflejo que somos capaces de hacer y hacernos de modo auténtico y libre. Es lo que hay: caminar, llevar esta mochila llena de cosas buenas y por eso ligera y cómoda para llevar; el cuerpo dispuesto, la mascarilla y todo aquello que comporta el cuidarse y cuidar... ¡a continuar se ha dicho!
JSAZ - enero 2021

No hay comentarios:
Publicar un comentario