miércoles, 18 de noviembre de 2020

Estamos hechos de ciclos de vida que se entrelazan. Este: es el de mi madre y el mío. Quedará atado siempre.

Parece que es tiempo ya. Que de nuevo tu vida vibrante y feliz pelea por quedarse.

¡Quédate! Todavía tu amparo y presencia es consuelo y fortaleza. Pero mejor quédate como quieras quedarte. Tu manos picadas de vías para sueros y analgésicos, pequeñas heridas que han peregrinado por tu cuerpo: pies, muñecas y ombligo para darte fuerza y cuidado y tu cuerpo ya resiente. Tu aliento se va debilitando y sigues palpitando entre las sondas, oxígeno. Veo tu piel tersa, suave, de ese bello tono que la vida te dio y que tanto recuerdo en tus manos y abrazos.

Tu aliento escalado, tu quejido leve pero persistente me hacen memoria de la historia que hemos tejido juntos. Cada hijo tiene una historia con sus padre y con su madre. 

La mía se remonta a aquel día de un verano en que fui concebido y un Domingo de Ramos que vi la luz, desde tus entrañas. Y empecé mi caminar, a tu lado, con tu compañía y la de papá. Pasamos largo tiempo juntos, hubo mimos, palabras de amor, gestos, vivencias, viajes... mi ciclo vital está contado también en tu registro de madre, como lo estuvo -y está de otra manera- anclado al de mi padre. Un relato de cariño, felicidad, lágrimas e incertidumbres pero también, y esta es la certeza de esta balanza, de mucho amor. Me sentí amado, bendecido, querido por ambos.

Esta vez, me siento como recogiendo en este breve texto mis 50 años de vida de hijo y me resumo en "qué dicha tenerte". Vuelvo sobre mí ¡quédate! Y a mi memoria vienen tus luchas, tu bueno y sano humor, tu hacer, ir y venir, tu opción de volver a trabajar para que alcanzara para la casa. Tu apoyo siempre solícito y presto. Tu diligencia y tu corrección.

Cuidaste de ti misma con pulcritud, cariño; recuerdo los perfumes de tus cremas, de tus fragancias, de tu ropa; mi memoria salta de las casas que habitamos, los cuartos que recogieron lágrimas, confesiones, alegría inmensas y esperanzas, frustraciones, tardes de costuras, bordados, música y juegos.

Tu sazón increíble de comida casera, del estofado de carne y maduro cocido con arroz que tanto me alegraba oler al entrar a casa después de la escuela como el manjar más delicioso, pero más alegría era recibir tu abrazo y cariño, y sentirse profundamente acogido, nutrido, cuidado.

Hubo lágrimas en esta historia, sí; sin duda. De tristeza y de dolor, pero también de una gratitud inmensa y feliz de poder reconocer los logros, las metas alcanzadas. Lo sentí muy intensamente de parte tuya y de papá.

Hubo momentos fuertes que desbordaron tus propias posibilidades. Apelaste a la paz, a no confrontar, a orar profundamente porque las cosas volvieran al cauce y, con el tiempo poder estrechar lazos y sanar heridas. Guía, abrazo y cariño, incertidumbre, pena como todo en la vida. La sazón de lo que vivimos está entre el dolor, la alegría y la posibilidad cierta de optar por la alegría auténtica, luchada y serena de saberse en paz con la propia consciencia. Aprendimos a vivir. Nos enseñaste tantas cosa y nos motivaste a más, siempre.

Las compras de ropa, zapatos o útiles escolares al centro de la ciudad, la vuelta con la parada en un restaurante para disfrutar de un 1/4 de pollo al carbón qué alegría y recuerdo. A veces con mis hermanos, con mi hermana principalmente y las más a solas... en un compartir privilegiado.

El mundo de la fe lo compartimos intensamente. La fe tuya, sentida, confiada, como la del carbonero: persistente, devota y vibrante. Llegaste a ser Ministra Extraordinaria de la Eucaristía y tuviste tu misión entre los enfermos del barrio. Participaste de espacios y actividades parroquiales. Aun recuerdo tu exitosa estrategia de pedirme que te acompañara al Jueves Santo y terminé en la banca de quienes nos lavaron los pies... me sentí bendecido y ese fue un nuevo retorno a la grey. Te encantaría apreciar hasta dónde he andado en el servicio. Ni yo mismo lo creo.

Visité los lugares que quisiste y que hubiera querido llevarte: Roma y la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe; hace poco más de un año donde pude orar por ti y agradecerle a la Virgen por esta historia. Solo falta Tierra Santa. Pero, a estas alturas, creo que la tierra sagrada es la que recibe nuestras lágrimas, nuestros sudores, aquella que recibe a nuestros difuntos y nuestros sueños; aquella que alberga la construcción de nuestros sueños comunes, compartidos, de hermanas y hermanos. Donde se celebra, baila, festeja y se hace la vida.

No sé si es el final, madre mía, no lo sé; sé que cada vez que te pienso, que tengo la oportunidad de verte, de hablar de ti con los míos o con mi hermano y hermana, hay un tesoro que albergaré dentro de mí por siempre: tu luz. Tu dedicación. Tu vida. Un día, un momento, será el paso definitivo. Descansarás al final de esta dura etapa, etapa que la has transitado junto a mi hermana (pendiente, solícita, cariñosa contigo). Tu abrazo será total y la memoria de mi padre y mi hermano estarán completas. Estarás en el cielo, en ese lugar utópico que nos reserva la dicha completa y eterna. Con Dios.

Que sea digno de la memoria y legado de mis antecesores. Que tu memoria me acompañe, tu intercesión esté con nosotros y nuestras familias, que encuentres a papá y a Fausto y los abraces con la dulzura del reencuentro. Acá estaremos tejiendo la vida y haciéndola digna de la familia que soñaron y que construimos, a veces de cal y otras de arena, como quien construye un baluarte, para los otros, los nuestros que son prolongación de la vida.

Los pacientes del ala de salud mental han terminado su actividad de patio. Han bailado, jugado balonmano y cantado. Empijamados, los he visto un par de veces cómo disfrutan del pequeño jardín de la clínica que te acoge. Bendito lugar, benditos cuidados paliativos que te brindan, que te dignifican y te acompañan todo el tiempo. La enfermera te aplica un inhalador, respondes... escuchamos la canción de la Oración de San Francisco en la voz de Canto Católico de Chile... Chile, el viaje de invierno que tanto le ilusionó a Fausto y a Edgar regalarles y del que fui su gestor: tour, tickets, pasaportes. Cuánto lo disfrutaron. Conociendo la tierra de los ancestros paternos y disfrutando de todo excepto del frío.

Mi hermana, fiel y fija en cuidarte, junto a mis sobrinos.

Que este santo, san Francisco, te reciba. Eres terciaria franciscana. Irás cantando al encuentro con el Amor, con la Fuente de Vida, con Dios.

Quito, 18 de noviembre de 2020.

25 vueltas al sol, juntos.

El agua, dulce y fresca, sigue manando del manantial. El cauce, prístino y pequeño, nos ha llevado a un océano de orilla a orilla. Las gotas...