Este espacio contiene reflexiones personales desde lo que uno vive: las relaciones, el trabajo, el estudio.
martes, 21 de mayo de 2013
Sin mochila
Sin mochila ¡carajo!
Ya me lo advirtió el domingo el vecino del bulldog del edificio de atrás: tendrá cuidado que están robando los carros. El día jueves le abrieron a un señor de por aquí sin que pudiera hacer nada y la policía ni se asomó. Ayer le comentaba a mi señora el mensaje del vecino y veíamos importante hacer caso a la advertencia. Ayer en la tarde, al dejar estacionado el auto en Veracruz y Manosca, entre las 15h00 y las 15h30, abrieron la cajuela y se llevaron mi mochila con mi computadora y otros materiales de trabajo.
Al salir un vecino se acercó para darme la noticia: vecino le abrieron el carro, les grité y luego llamé al 101 (policía) y bajé pero ya se habían marchado. Le pregunté cómo había sido, mientras comenzaba a azorarme al comprender cada detalle e ir asimilando el hecho. Un Aveo azul, dos tipos, las placas son PVD-5831, fue hace como un cuarto de hora. Vi mi reloj: apenas marcaban 30 minutos desde que parqueé en la calle. Le agradecí y subí al auto y me marché.
En mi mente las ideas: Tengo pico y placa, la Policía Comunitaria de la Ulloa está cerca, me decía mientras trataba de ordenarlas: mis clases, mis planificaciones, el curso de las cuatro, las diapositivas, el material, las notas del cole y de la U., la denuncia en la Policía Judicial, el aviso a los chapas. La acreditación de la U. Pudo haber sido peor: de pronto el carro entero desaparecía o quizá pudo haberme comprometido a mí mismo. Con estas ideas di una vuelta al parque y luego resolví que no sacaba nada yendo a la Policía y a la PJ, mis estudiantes estarían a la espera sin noticias, el curso es de 20h y cada sesión es sensible. Con los pocos respaldos en la nube, de lo último que estoy trabajando puedo seguir. Y ese fue mi pensamiento, a pesar de esto puedo seguir.
Pero también pensaba que uno se va curtiendo. Me han robado dos autos y ahora esto. Un par de veces he estado en un evento de asaltos, la primera hace muchos años cuando un par de individuos en moto me arrancharon un par de gafas, que me regalara mi hermano, mientras caminaba. Y la segunda hace no más de cuatro cuando de regreso de una presentación intentaron robarme la guitarra y no sé si fueron los gritos o la puteada que les escupí, que los tres malandrines salieron en polvorosa, cuando medio barrio salió a ver que pasaba y mi familia venía en mi auxilio. Tuve la suerte de que no me ocurriera nada, salvo el gas mostaza que caló mi cara y ojos y me dio molestias por algunos días. Admito que en estos eventos con autos jamás mi integridad física se ha visto comprometida. Como quien dice: ojos que no ven corazón que no siente.
Pero me manejo un cabreo tal que ni escribir estas letras me salva, aunque escribir resulta catártico y terapéutico. Me niego a putearle a alguien más que no sea al mismo ladrón por supuesto. Ahora me tocó mi aporte a los argumentos pelotudos de la inseguridad. Esto me pone a pensar en que toda vulnerabilidad al derecho y a la propiedad tangible o no tangible es un robo y siento que eso es de todos los días. Cuando cada cual hace de su servicio profesional o laboral una trinchera para sus caprichos o sus intereses. Cuando el burócrata, en este caso lo digo claramente, el burócrata de la seguridad, es decir la policía (nacional o municipal… estos últimos son un caso aparte por la falta de talla y posicionamiento) se regodea entre perfumes, gafas de marca, celulares ultra sofisticados, comiendo viandas criollas de paso, bostezando en el sillón de la patrulla o, a título de ser autoridad, es capaz de hacerse de la vista gorda o lanzarte el auto cual si fueran Starsky y Hutch, con ceño fruncido y cara de gallito de pelea (y pienso: dales poder y verás quiénes son). O, como hace años, el comisario municipal que te cita a fuerza de una denuncia de alguien desconocido porque no pintaste la fachada de tu casa porque atenta contra el ornato (y uno bien sabe que la fulana del piso bajo tiene sus contactos en el municipio y se valió de algún lacayo para joderte, cuando en esa época pasabas con dos reales en el bolsillo).
Y la retahíla sigue y seguirá porque este tipo de eventos suceden. Y en contraste con la República o la Utopía aun cuando intentemos un estado de derechos y obligaciones, nos enclaustramos en nuestros asuntos, porque asi no se es vulnerable. Y uno se queda expuesto a que algunitos, al más puro estilo del truhan o el sicario a sueldo, se valgan de su posición o ventaja para joder la vida al resto. A la final, uno se vuelve curtido y pone tierra de por medio.
Mi perfil de transeúnte es bajo. Mientras menos tenga que ver con conflictos, mejor. Mucho menos con la autoridad, y mucho menos cuando la fama de autoridad raya en el abuso y la prepotencia.
Me pongo a pensar en la dinámica social que encierra la criminalidad y, claro, hay que tejer mucho para entenderla. Pero es la sociedad en sí la que está ciega, sí: ciega y enferma, como aquella de Saramago. Cuando unos se aprovechan de ciertas habilidades a fuerza de una intención pútrida y perversa. Por supuesto que hay que exigir que autoridades y personeros respondan con mayor probidad y momento a las circunstancias. Pero creo más en la Acción Ciudadana, un gesto de cada quien marca la diferencia y eso me da esperanza. Si freno en la línea del pare, si no obstaculizo el tránsito por ganar un par de metros fregando al resto que puede cruzar delante de mí, si me manejo por el principio de ser buen vecino, si evito la viveza criolla de guárdeme el puesto o présteme un esfero, si boto los desperdicios en su lugar o no rompo la vereda a título de que mi garaje necesita un acceso para mis cuatro chirles llantas a costa de los cientos de peatones que usan esa misma vereda, sin contar a los discapacitados que hacen maromas para caminar o transitar. Si estoy pendiente que hay bicicletas circulando. Si le adviertes al vecino de una amenaza o actúas al menos dando voces porque se roban un auto; ahí la cosa cambia.
He escrito Acción Ciudadana con mayúsculas porque es la vocación a vivir en comunidad, no de andar diciendo que se ama desde hace años la ciudad, sino de vivir con sentido de buena vecindad, de respeto y acción conjunta. De querer vivir civilizadamente ¡Eso!
Cuando raye el sol naciente saludaré con los vecinos, cruzaré palabras con el guardia de la Iglesia Evangélica de al lado. A lo mejor me encontraré con el jardinero del barrio. La vida sigue y yo, afortunadamente, también. Mi acción como ciudadano será hacer lo que debo y lo que me identifica: mis clases, mis estudiantes, mi trabajo. Compartir contigo esto que escribo. La compu y la mochila vendrán, como quien dice, por añadidura.
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