Una reivindicación urgente
Por Santiago Andrade Zapata
¿Se ha preguntado sobre lo que verdaderamente representa el oficio docente? ¿Es verdad que se tiene más tiempo libre porque no se trabajan las ocho horas o más que en otros trabajos? ¿Que se goza de tres meses de vacaciones? ¿Es verdaderamente cierto que el profesor no vive el estrés de otros trabajos como aquellos vinculados los negocios, la empresa, el servicio público donde sí se trabaja bajo una presión que le es desconocida? ¿Está usted completamente seguro que el profesor se desempeña en un ámbito sencillo cuya trascendencia no va más allá del medio escolar? Todas estas interrogantes la sociedad ecuatoriana las asume como afirmaciones verdaderas y las considera una ventaja laboral frente a otras ocupaciones u oficios, sin embargo solamente revelan el desconocimiento y la inconsciencia respecto de una de las tareas de mayor impacto en la cultura: ser profesor.
Durante casi más de medio siglo, estas ideas han estado en el imaginario social y son los argumentos fehacientes para haber abandonado a la educación y haberla convertido en un bastión político o, al menos, en un triste oficio de consuelo (si no tienes trabajo o no aspiras consolidar o ejercer otra profesión, hazte profesor –otro tanto ha sucedido con la fuerza pública-).
A la fecha vemos que un proyecto integral de intervención e implementación educativas, animado por políticas de estado y de gobierno entra ya en escena. Son los objetivos del Plan Decenal de Educación el marco que dio origen a este esfuerzo tremendo; además, el nuevo tiempo político, inaugurado por la Constitución del 2008, señala claramente a la Educación como un eje de radical protagonismo en la generación de la dimensión del Buen Vivir.
Uno de los objetivos ha sido la revalorización de la profesión docente. Este elemento reviste especial atención, ya que el talón de Aquiles de una estructura educativa o su gran fortaleza constituirá siempre el factor humano, por tanto el profesorado.
La gran meta de la revalorización de la profesión docente ha comenzado a dar sus pasos: mejores remuneraciones y capacitación, mayor dedicación y orden en su ejercicio, todo esto desde las estrategias provenientes de las políticas públicas en educación, orientadas a formar a la población y levantar al Ecuador de un vergonzoso penúltimo puesto de nivel de rendimiento escolar en el continente, lo que revela allende de este tema, una realidad compleja y vasta. El desafío supone una renovación en dos sentidos: el primero y urgente en la tarea cotidiana de los maestros; y el segundo en el ejercicio de la autoridad educativa en todo orden.
Ser docente, por una parte, implica muchísimo más de lo que se dice, aparenta ser y tangencialmente notamos. Salvo honrosos casos de excepción –de personas e instituciones que sí cuidan al profesor-, la sociedad mira por sobre el hombro este noble oficio. Se ve al docente como un fracasado, atado a las cuatro paredes del aula o del centro escolar. Privados o públicos los miles de ecuatorianos que se dedican a la tarea de formar niños y jóvenes ven ante sí mismos un desafío de la historia; así, son los mismos maestros que deben aprovechar esta oportunidad de la historia para hacer notar con resultados que son capaces de aportar a la construcción del Ecuador del siglo XXI, sobre la base de su propio trabajo.
Un docente que se respeta ejerce su oficio con una dedicación completa: se mantiene actualizado, lee de su materia, desarrolla investigación, se mantiene críticamente informado, prepara escrupulosamente sus clases: contenido, estrategias de aprendizaje, materiales y recursos; sabe diseñar sus evaluaciones, las ejerce cumplidamente y las procesa con tal cuidado que conoce a cada uno de sus estudiantes al punto, que es capaz de marcar su propio ritmo de aprendizaje, habla con ellos personalmente y les atiende con regularidad de modo particular, del mismo modo que intercambia con sus colegas, informa y cumplimenta las demandas de su centro en tanto parte de un proyecto educativo parte, a su vez, de uno nacional. Como persona, cuida de su salud, de su estilo de vida, de sus relaciones pues en ellas estriba su tacto, su generosidad, su alegría y su esfuerzo dado que es gestor y ejemplo de persona, de profesional y de ciudadano. Eso demanda no solo ocho horas de trabajo; los profesores de los que hablo viven de amanecidas o desveladas, todo el año (inclusive los meses de receso escolar). Saben que deben cuidar su oficio y lo cultivan. ¿Dónde están esos docentes? Donde deben estar: donde se les cuida, se les valora, se les reconoce, se les promueve y se respeta su trabajo, donde se les permite desarrollar su oficio y su vocación adquiere la dimensión del valor central de su tarea. Pertenecer a ese cuerpo, hoy por hoy no es notorio, pero el país debe tomarlo en serio y quienes deseen incorporarse, han de empezar por profesar su oficio y tarea en serio.
El maestro de todo país que sueñe su propio buen vivir adquiere la dimensión de un referente social de acción y opinión y la sociedad, por su parte, ha de reconocerles, promoverles, cuidarlos y respetarlos, pues de ellos depende a largo plazo ese anhelo de vida digna y feliz que se sueña.
Quito, Junio de 2011.
Este espacio contiene reflexiones personales desde lo que uno vive: las relaciones, el trabajo, el estudio.
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